De pequeña siempre rondó por mi cabeza viajar, conocer otros países y culturas, otras formas de entender la vida, de ver el mundo y enriquecerme con vivencias de personas de distintos lugares.
Cuando vi por casualidad un anuncio sobre la posibilidad de hacer un intercambio cultural, la idea comenzó a cobrar vida.
Hice todas las llamadas posibles y decidí embarcarme en esa aventura, un poco riesgoso de mi parte pues estaba recién graduada de la universidad; pero me dije: ¡vamos a tomar el riesgo! y así lo hice; luego de un tiempo de preparación, hice mis maletas y comenzó un episodio de mi vida lleno de sorpresas que recuerdo hasta el día de hoy.
Lo primero que pensé al nunca haber estado tan lejos de casa fue si me iba a costar mucho la adaptación, qué tan grande iba a ser el choque cultural, el hecho de comunicarme en un idioma diferente, hasta el cambio de clima fue algo que rondó por mi cabeza, pues viniendo de un país muy cálido, adaptarse a la fría y nublada ciudad de Londres no iba a ser tarea fácil.
Nada más llegar, fueron a recogerme personas de la organización y me llevaron a una pequeña ciudad de Inglaterra donde se desarrollaría un campamento que duró varios días. Ahí tuve la oportunidad de conocer más voluntarios que venían de diversas partes del mundo. En dicho campamento nos enseñaron cuestiones tan básicas, pero a la vez primordiales para desenvolverse en el día a día, desde como tomar el metro o tren, hasta como poner un edredón con su típica funda nórdica, algo que al final resultó ser de mucha utilidad sobre todo en las noches gélidas de invierno.
En ese campamento conocí muchas personas, voluntarios que como yo se embarcaban en una nueva aventura con toda la ilusión del mundo, cada persona o grupo de personas que venían del mismo sitio se les daba un momento especial para exponer sobre su país, costumbres, modismos, música, cultura, incluso nos tocó preparar comidas típicas de la región de la que proveníamos, y fue así como pude probar deliciosos platillos de países tan diversos como Costa Rica, Japón, Uganda, Bolivia o Alemania.
El campamento terminó y cada voluntario se dirigió a las ciudades donde les había tocado su proyecto, yo partí hacia Londres, pero no sin antes haber hecho grandes amistades, con las cuales nos seguimos viendo a lo largo del año de intercambio y lo mejor de todo es que varias de esas amistades perduran hasta el día de hoy.



Una vez en Londres, comencé mi proyecto, el cual consistía en trabajar con una decena de familias, las cuales tenían niños con necesidades especiales, yo trabajaba de lunes a viernes y cada día visitaba dos familias, una por la tarde y otra por la noche. Los primeros días fueron algo difíciles, ya que tocó aprenderse las rutas, saber qué autobús tomar, luego caminar un trayecto hasta llegar a las casas. Una vez me acostumbré fue realmente una experiencia maravillosa, realmente llegué a encariñarme mucho con esos niños, pude conocer varias familias, todas fueron muy amables y respetuosas, incluso me invitaban constantemente a compartir la cena con ellos o a paseos familiares.
Los fines de semana los tenía libres y aprovechaba para darme mis escapadas al centro de Londres o conocer otras ciudades, para esto nos poníamos de acuerdo los voluntarios que nos conocimos en el campamento y fue así como llegué a disfrutar de ciudades tan maravillosas como Oxford, Bath o el idílico distrito de los lagos. También probé suerte como mochilera y visité varios países europeos en líneas aéreas low cost, toda una aventura donde las cosas no siempre salían como me esperaba, ya que surgían algunos contratiempos imprevistos como por ejemplo, cuando en un hostal en Venecia nos dijeron a una amiga y a mí que la reserva no se había hecho correctamente ¡y que no teníamos donde dormir! afortunadamente y a pesar de que era temporada alta y no habían hostales u hoteles disponibles, luego de buscar mucho y caminar todo el día encontramos algo, esa anécdota en su momento fue impactante, ahora la recuerdo con mucho cariño.
Otra cuestión es pasar los días especiales como navidad, año nuevo o cumpleaños lejos de la familia por primera vez, en mi caso enfermé de varicela unos días antes, afortunadamente mejoré antes de las fiestas, y tres amigas voluntarias y yo pasamos la navidad juntas, preparamos algo sencillo de comer y fue un momento muy diferente, pero a la vez especial que nunca olvidaré.
El tiempo pasaba y el año de voluntariado llegaba a su fin, se acumularon un montón de recuerdos, instantes inolvidables, momentos especiales y sobre todo, muchas amistades por el camino.
Han pasado varios años ya de esta experiencia (no te voy a decir cuántos) pero que recuerdo con mucho cariño, y ahora que lo pienso ¿qué me dejó esta experiencia? me hizo crecer como persona, entender otros puntos de vista, pasar tardes fascinantes compartiendo con esos niños que aun llevo en el corazón, conocer lugares encantadores, desde grandes ciudades a pueblitos con magia, y sobre todo desenvolverme sola en un entorno lejano y desconocido. Esto último me ha hecho más fuerte y me ha ayudado a desenvolverme aquí en Europa, el continente que luego elegí para vivir y formar una familia.
A todas las personas que tengan la oportunidad de vivir la experiencia de hacer un intercambio cultural o voluntariado, no esperen más, no lo duden tanto y si pueden, vayan por ello; les aseguro que será una experiencia que enriquecerá sus vidas y recordarán para siempre.
¿Tienes preguntas adicionales sobre mi experiencia de intercambio? Déjalas en comentarios. Nos leemos el próximo mes.